No te creas el verso



Viajemos en el tiempo a principios del 2000 y pongamos el GPS en un suburbio de Sheffield, al norte de Inglaterra. La historia fue más o menos así: a un pibe le regalaron una guitarra para su cumpleaños de quince, como seguramente pasó con muchos futuros ídolos de la música. Este chico también era bueno escribiendo, tenía talento, aunque todavía le daba vergüenza mostrar los versos que garabateaba en su cuaderno. Eventualmente, se juntó con tres amigos y empezaron a armar canciones que hablaban de lo cotidiano, de lo que los rodeaba: las personas que conocían, las calles que recorrían y los antros donde se emborrachaban. La banda comenzó a tocar en barcitos locales, volviéndose familiar entre los espectadores, y le pareció buena táctica repartir CDs con sus temas a la salida de los shows. Probablemente no se lo esperaban, pero, a partir de aquellas repartidas, sus fieles seguidores empezaron a compartir los demos en MySpace y otros foros online. Revolución.  Al poco tiempo, la banda firmó un contrato con una discográfica, Domino. Su primer single llegó volando a la cima de las listas, seguido por el álbum debut más vendido de la historia en el Reino Unido. Esta anécdota hasta ahora anónima es sobre los Arctic Monkeys. El pibe que había cumplido quince es Alex Turner.

Aquél debut millonario es Whatever People Say I Am, That's What I'm Not (2006), titulo tomado de la novela inglesa Saturday Night and Sunday Morning de Alan Sillitoe. El álbum es una bomba: el galope incesante y explosivo de la batería de Matt Helders, las guitarras que van de acá para allá, fuera de sí, rompiendo melodías y volviéndolas a armar, y la voz frenética y desesperada, todavía de nene, de Alex Turner, escupiendo sus palabras con un tono irónico durante cuarenta minutos. Se siente emocionante, caótico, como si su sonido te transportara a una aventura nocturna en la cual vos sos el protagonista. Los únicos momentos de respiro entre tanta joda son Mardy Bum, con una dulzura que saca sonrisas, y Riot Van, un cuentito sobre pasarla bien y que te chupe todo un huevo. El olor a cigarrillo y alcohol, el humo entre las luces, que irrumpen en la oscuridad del boliche de a ratos, dejando al descubierto las caras transpiradas; miradas que van y vienen, conquistas fallidas y anhelos de lujuria adolescente, de eso se trata esta colección de canciones. Es la noche de Sheffield, pero podría ser la noche de cualquier ciudad.

El primer single, ese mismo que supo ser número uno,  se llama I Bet You Look Good on the Dancefloor. Es una canción eufórica, con espíritu punk, bailable. Es romántica, pero no tanto; moderna, pero también hace referencia a música de décadas previas y del entonces presente, desde Elvis Costello hasta los Strokes, al otro lado del Atlántico. En términos de composición, es una de las canciones más simples de Alex Turner, pero captura perfectamente el sentimiento universal de la atracción, del cruce de miradas y las historias que creamos en nuestras mentes al respecto, con una dosis de sarcasmo e irreverencia. Marcó el comienzo de Turner como uno de los compositores más interesantes del siglo XXI, caracterizado por sus observaciones ocurrentes y su capacidad para convertir en poesía situaciones en las que muchos ni se fijarían, mezclando metáforas hermosas con lenguaje coloquial, lo mágico con lo real.



Favourite Worst Nightmare (2007), el segundo álbum de la banda, comienza a adentrarse en un terreno de mayor madurez emocional, con un sonido que conserva la rebeldía, pero con una energía más refinada. Las canciones pasan a contar historias sobre el lado cruel de la fama y de la prensa –Teddy Picker y If You Were There, Beware-, y contemplaciones melancólicas sobre una relación ya formada, no levantes en la pista de baile, como la escalofriantemente espectacular 505 y Only Ones Who Know. En términos generales, no se aleja tanto de su antecesor y parece apuntar hacia la misma dirección, lo cual no ocurriría con sus próximas obras.

Esta es la cosa: ser número uno, ser un exitazo, nunca fue la prioridad de los Monkeys. A partir de su tercer álbum, Humbug, en adelante, la banda probaría algo nuevo con cada lanzamiento. Experimentando con sonidos psicodélicos, baladas románticas, melodías siniestras y un rock sofisticado. Ellos mismos lo dijeron en el 2006: lo que sea que digan que soy, eso es lo que no soy. Impredecibles, zigzagueando entre estilos disimiles, disfrazándose de personajes que van desde poeta sensible con el corazón roto, galán con camperita de cuero y propuestas indecentes, a un cantante reventado que le hace publicidad a un casino en la luna. Y no, no estoy inventando nada. Todo lo inventó Alex Turner, tirado en el living de su mansión.

En el 2013 la banda la rompió con el mayor éxito de su carrera, el álbum AM y una gira que duró meses y recorrió prácticamente cada rincón de nuestro planeta. AM es irresistible: un conjunto de melodías seductoras, con letras que son como cartas de amor que el narrador escribió a las tres de la mañana y nunca envió, entre remordimientos y dudas, envuelto en una paranoia sentimental que deja un rastro de llamadas perdidas.

Fue el año pasado cuando los Monkeys volvieron a sorprender con un nuevo disco, totalmente alejado del anterior. Tranquility Base Hotel & Casino es un bicho raro, que, por un lado conserva el humor que los caracteriza –“yo sólo quería ser uno de los Strokes”-, y por otro, trae un sonido que parece haber sido grabado en otra galaxia; es el matrimonio perfecto entre la fascinación de Alex Turner por el cine de Kubrick y la ciencia ficción retrofuturista, y las teclas de su piano. La moraleja de este último álbum probablemente sea que jamás estaremos preparados para predecir lo que saldrá de la cabeza de Turner y compañía. Dentro de otros cinco años lo podemos volver a hablar.

En el video de aquél primer single, allá por el 2005, antes de empezar a cantar Turner le dice al público: “don’t believe the hype”. En este caso, me parece que la mejor traducción de la frase, aunque no literal, sería “no te creas el verso”. El cantante se refería a que, a pesar de la fama que comenzaba a rodear a la banda, a pesar del boca en boca, de los elogios y del número uno, eran cuatro pibes de Sheffield, ni más ni menos. Algunos creen que lo decía con ironía, pero hay algo que es seguro: nunca hubo ningún verso. Los Arctic Monkeys nunca fueron una moda pasajera ni unos roqueritos de segunda. Son poesía, son alegría, son desamor, son un solo de guitarra y una voz aterciopelada que te acompaña. Son música.



Créditos de las imágenes: 

1: Alfredo Gonzales

2: Twitter


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