Mis lecturas favoritas de enero



Frankenstein de Mary Wollstonecraft Shelley (1818)


(Leí la edición de Penguin Popular Classics en idioma original, inglés).

¿Cómo se comienza una reseña de semejante libro? No tengo idea. Estoy convencida de que el concepto de "clásico" fue inventado para referirse a esta novela. La belleza poética de la prosa logra un equilibrio perfecto con la tristeza de la historia, que descubre la fealdad y el peligro que existe en los peores rasgos de la humanidad.

Mary Wollstonecraft Shelley, a sus dieciocho años, escribió un mensaje dirigido a esa humanidad, como una especie de advertencia de lo que puede ocurrir cuando caemos en la vanidad, en la ambición excesiva o mal direccionada, en los prejuicios y la violencia, en el abandono. Pero lejos de ser una densa moraleja, una de las virtudes de esta obra es que logra transmitir dicho mensaje como un caballo de Troya, oculto en una historia increíble que, prácticamente, inventó el género de la ciencia ficción y avanzó con el gótico. La sensibilidad y empatía que llenan las páginas son tremendas, más de una vez estuve a punto de llorar, por ejemplo, durante los capítulos en los que la criatura relata sus experiencias; sólo basta con leer Frankenstein para reconocer el gran corazón y espíritu que Mary Shelley poseía, creando personajes imperfectos y complejos con una enorme compasión que realmente conmueve. De hecho, en distintos momentos me sentí identificada tanto con Victor, como con la criatura y hasta con Walton, porque parte de la magia es que acá no hay héroes y villanos, malos y buenos, sino que Shelley va más allá y no juega a lo seguro. Todos alguna vez hemos estado en un lugar similar al de estos personajes, no en relación a las circunstancias, pero sí en cuanto a los sentimientos, por lo que podemos empatizar con ellos.

Me cuesta escribir sobre Frankenstein, siento que todas las frases que pueda armar le quedan cortas. Definitivamente superó mis expectativas y me sorprendió, no imaginé que lo adoraría tanto, ante el estúpidamente erróneo pensamiento de que sería demasiado anticuado. Pero la realidad es que esta novela, publicada en 1818, es más moderna, más original y emotiva que una gran parte de lo que se publica hoy en día. La verdad es que siento tanto amor por este libro que aún necesito terminar de procesarlo para poder analizarlo con más profundidad, todavía tengo el alma en pedazos y las últimas palabras de Walton retumbando en mi mente. En sus bastante breves 215 páginas logra presentarnos pequeñas historias cautivantes, unas dentro de otras, que finalmente hacen a la totalidad de la historia de Victor Frankenstein y su criatura, y hay tanto para desmenuzar en cada capítulo, tanto material para fascinarse y querer leer una y otra vez.

En fin, lo que quiero decir es: no pierdan el tiempo, no cometan mi error y lean Frankenstein. ¿Por qué? Porque es, sin duda alguna, uno de los mejores libros de la historia. Porque fue creado por una adolescente en una época en la que se creía que las mujeres no podían ni merecían publicar libros; porque es el trabajo innovador de una mente brillante y sensible; porque es entretenido y devastador a la vez. Porque tiene un mensaje que sigue siendo relevante hasta el día de hoy, y que nunca dejará de serlo. Y eso es lo que realmente define a un clásico.



(Imagen de Penguin Books UK)

Siempre hemos vivido en el castillo de Shirley Jackson (1962)

✮ 1/2

(Esta reseña contiene spoilers)

Siempre hemos vivido en el castillo es una novela que relata la historia de dos hermanas, Mary Katherine (o Merricat) y Constance Blackwood, sobrevivientes de un envenenamiento que terminó con la vida de casi toda su familia, exceptuando al tío Julian. Está narrada por la menor, Merricat, una adolescente que construye escondites con ramas y hojas, que desearía ser una mujer lobo, y que adora incondicionalmente a su hermana.

Disfruté mucho esta lectura, que me llevó dos días. Si bien en manos de un escritor menos capaz la historia podría aburrir un poco, Shirley Jackson nos presenta a la narradora perfecta, que realmente hace que la novela se destaque, más allá de su trama, y cautive al lector hasta el punto de no querer dejar de leer ni por un minuto. Creo que lo más importante en este caso, no son los hechos, sino la atmósfera y las sensaciones que la autora genera, junto con las caracterizaciones de los personajes. El ritmo me pareció magistral, dejando entrever de a poco pistas y recuerdos fragmentados que nos van guiando como miguitas de pan hacia la revelación final, que no es realmente una confesión, sino más bien un entendimiento entre hermanas, simplemente algo que sucedió.

Desde el comienzo, la narradora se dirige a nosotros, los lectores, como si fuésemos personas de su confianza, lo cual es un montón considerando que Merricat no confía en nadie, únicamente en Constance. Es así como nos convence, a partir de la primera página, de que estamos del lado de las Blackwood, somos una o uno de ellas; no formamos parte del pueblo, de los forasteros. Esto generó que automáticamente sintiera una especie de complicidad con la protagonista, como si nos guiñáramos el ojo la una a la otra. Es justamente así como Merricat, quien descubriremos luego es una narradora poco confiable, nos engaña. Como escribe Joyce Carol Oates en el posfacio del libro: "A lo largo de más de cien páginas, Merricat se burla de nosotros, por lo que ella sabe y nosotros no". Este engaño es solamente posible gracias a Shirley Jackson y su talento, ya que es ella la que nos permite empatizar con las hermanas, en un principio aparentes víctimas. Es por la convincente narración de Jackson en la voz de Merricat que, inclusive al final de la novela, seguimos de su lado, porque, de cierto modo, ellas siguen siendo las víctimas, aunque tal vez ya no del pueblo, sino de sí mismas, y de esa casa. Generar empatía es definitivamente la marca de un gran escritor.

Otro factor increíble de la novela es el desarrollo, la profundidad y complejidad de los personajes, en especial de las dos hermanas. Merricat y Constance son de carne y hueso, a veces hasta frustrantes y difíciles de comprender. La menor es como una criatura salvaje, que a la vez tiene una inteligencia calculadora y un sentido del humor macabro y sarcástico, mientras que Constance sí es una mujer más convencional, pero que también tiene una cualidad enigmática, que parece esconder cierta perversidad. El vínculo entre ambas es intenso sin dejar de ser creíble, un amor que no tiene límites, cuya lealtad no se quiebra ni ante un acto atroz. Llega un punto en el que uno no sabe si sentirse conmovido o perturbado. Me encantó que Shirley Jackson se animara a jugar con la perversidad y a hacer que su narradora fuera controversial, no necesariamente agradable, con pensamientos como: "Deseé que todos estuvieran muertos y caminar sobre sus cuerpos".

Se podría decir que la novela es una especie de cuento de hadas trastornado, deformado por el arsénico y chamuscado por las llamas ardientes. Un cuento de hadas en el que la heroína es también la asesina. Como en todo cuento de hadas, hay un final feliz, aunque este es uno agridulce, que se siente a al vez como una liberación y una condena. Es como una ilusión que promete felicidad eterna a las hermanas, aunque la realidad es que se irán transformando, con el paso de los años, en fantasmas. Existe en esta historia un poco de realismo mágico, ya que, por momentos, lo cotidiano se mezcla y se confunde con lo fantástico, lo mágico. Por ejemplo, Merricat cree que su primo Charles (personaje odioso si los hay) es un fantasma y un demonio, y que los objetos tienen poderes y pueden funcionar como amuletos, que su gato Jonas le habla y que la casa tiene sentimientos ("Tenía la esperanza de que la casa, ofendida, expulsaría a Charles por sí misma").

Se puede percibir cierta reminiscencia entre las Blackwood y las brujas que fueron perseguidas y quemadas alrededor de esa misma región, en Nueva Inglaterra, siglos atrás. Esto se puede apreciar más específicamente en la escena del incendio y subsecuente destrozo por parte de los pueblerinos, quienes se encuentran en un estado de éxtasis terrorífico, riéndose sin parar, abalanzándose sobre Merricat y Constance con los brazos extendidos. Las hermanas no encajan con el resto del pueblo, son vistas como una amenaza y no cumplen con las normas sociales de la época, por lo que son acosadas grotescamente en manos de sus vecinos, arrinconadas hasta el punto de cerrar sus puertas por el resto de la eternidad, siendo transformadas en monstruos, mitos y leyendas urbanas. Puedo imaginármelas, años más tarde, espiando desde la oscuridad a los de afuera, ya con canas grises y una palidez espectral a causa de mantenerse escondidas en su castillo sin torre, mientras la gente continúa cantando:

"Dijo Constance, ¿una taza de té querrás? Oh no, dijo Merricat, me envenenarás".

El elemento recurrente a lo largo de la novela es la comida, que representa tanto la vida como la muerte. Fue arsénico en el azúcar lo que cambió la vida de las hermanas para siempre, mediante la muerte, y a su vez, es la comida la base de la relación entre ambas. Constance prepara los desayunos, almuerzos y cenas para Merricat, la nutre; una es la que cocina, la que provee, y la otra la que se alimenta, siempre con un goce y cierto fetichismo de por medio. De hecho, en última instancia, es la comida que encuentran guardada después del incendio y la que los pueblerinos le dejan como ofrenda en los escalones, lo que las salva y les permite mantenerse vivas. Es irónico, que lo mismo que tuvo un impacto oscuro en sus vidas y las llevó a aislarse del resto del mundo, también terminó siendo su salvación, su forma de continuar, día a día, con la panza llena.

Después de escuchar desde adentro de la casa a una mujer que intenta asustar a un niño, contándole que las hermanas Blackwood lo comerán, en la última página, aparece este diálogo:

-Me pregunto si sería capaz de comerme a un niño- dice Merricat. A lo que Constance responde, "yo no sé si sabría cocinarlo".

Se supone que el intercambio es a modo de chiste, pero bueno, a veces se dice que toda leyenda urbana, todo mito, tiene algo de verdad.



Crónicas marcianas de Ray Bradbury (1950)


(Esta reseña contiene spoilers)

Crónicas marcianas fue mi primer libro de Ray Bradbury y la verdad es que me gustó mucho, fue una lectura llevadera y entretenida, con ciertos momentos más perturbadores y oscuros. Bradbury retrata con sus palabras paisajes alucinantes que te transportan de lleno a su mundo marciano; tiene un don, en especial, para las descripciones. Los relatos que conforman este bicho raro, al que uno no sabe si llamar novela o colección de cuentos, tocan diversos temas como la familia, la nostalgia, la guerra, las actitudes del ser humano y sus consecuencias, la pérdida y un cierto existencialismo, entre algunos más.

El libro está estructurado en veintisiete capítulos que, por sí solos pueden ser considerados cuentos, pero que están conectados entre sí y juntos pueden ser leídos como una especie de novela, teniendo en común el escenario de Marte y los repetidos viajes de los humanos, además de un orden cronológico que va desde 1999 hasta 2026.

Cuando comencé el libro, no tenía idea de cuál era realmente la trama, entonces me tomó gratamente por sorpresa cuando descubrí que tenía fragmentos bastante turbios, como los asesinatos y muertes que ocurren en los primeros capítulos. No existe nada mejor que cuando una lectura te sorprende genuinamente. Fue un gran comienzo. Tal vez el único problema que tuve a lo largo del tiempo fue que, a causa de cómo está estructurado el libro, no había un protagonista con quién sentirse realmente identificado o cuya historia seguir, porque casi no se repiten los personajes a lo largo de los relatos. Cada vez que empezás un capítulo nuevo, tenés que acostumbrarte a personajes nuevos, una y otra vez. Siento que esto evitó que pudiera desarrollar una verdadera conexión con lo que iba sucediendo, y es probablemente por eso que no le puse cinco estrellas. Aún así, disfruté muchísimo la lectura y no llegó a ser un factor que me impidiera hacerlo.

Una de las características que atraparon mi atención fue el hecho de que si bien Bradbury utiliza un lenguaje bastante sencillo y ligero, también sabe cómo aprovecharlo para escribir párrafos poéticos, evitando caer en lo ordinario. Hay frases que realmente son hermosas y potencian la novela a un nivel superior. Un claro ejemplo es este fragmento del capítulo Los colonizadores:

"Y los hombres se lanzaban al espacio. Al principio sólo unos pocos, unas docenas, porque casi todos se sentían enfermos aun antes que el cohete dejara la Tierra. Enfermaban de Soledad, porque cuando uno ve que su casa se reduce al tamaño de un puño, de una nuez, de una cabeza de alfiler, y luego desaparece detrás de una estela de fuego, uno siente que no ha nacido nunca, que no hay ciudades, que no está en ninguna parte, y sólo hay espacio alrededor, sin nada familiar, sólo hombres extraños. Y cuando los estados de Illinois, Iowa, Missouri o Montana desaparecen en un mar de nubes, y más aun, cuando los Estados Unidos son sólo una isla envuelta en nieblas y todo el planeta parece una pelota embarrada lanzada a lo lejos, entonces uno se siente verdaderamente solo".

O frases como:

"La lluvia. Fresca, dulce y tranquila, caía desde lo alto del cielo como un elixir mágico que sabía a encantamientos, estrellas y aire, arrastraba un polvo de especias, y se le movía en la lengua como raro jerez liviano".

Mis capítulos -o relatos- favoritos, en orden cronológico, son: Los hombres de la Tierra, La tercera expedición, Usher II, El marciano, Los largos años, Vendrán lluvias suaves y El picnic de un millón de años. Los últimos tres capítulos son perfectos, la forma en la que se conectan entre sí, los sentimientos que transmiten, forman un final espectacular para estas crónicas. Mi interpretación de las últimas palabras del libro es bastante literal: durante los distintos capítulos del libro, vemos como los personajes, tanto los humanos como los marcianos, se ven afectados por sus viajes a Marte y sus interacciones. Como los marcianos terminaron muriendo casi en su totalidad y la civilización terrestre sufrió el mismo destino en su propio planeta, los integrantes de esta familia terrestre que llegan al planeta rojo y observan su reflejo en el agua son, justamente, los nuevos marcianos, quienes vivirán y poblarán desde cero su nuevo hogar. Durante los veintisiete años que transcurren a lo largo del libro, Bradbury explora un universo que va siendo transformado por las personas que lo habitan, mediante guerras y bombas, mediante enfermedades e impulsos colonizadores, mediante la violencia y el mal uso de la tecnología. Sólo podemos esperar que los nuevos marcianos de origen terrestre, de una vez por todas, después de tantas décadas y tantos siglos, aprendan a no repetir los errores del pasado. Aunque sinceramente, dudo que lo hagan.



Bliss & Other Stories de Katherine Mansfield (1920)


(Esta reseña contiene spoilers)

(Leí la edición de Penguin Modern Classics en idioma original, inglés).

Con esta colección de cuentos, Mansfield demuestra que es una genia a la hora de retratar emociones e intercambios humanos a los que probablemente no les daríamos tanta importancia, se fija en lo sutil. Son como momentos efímeros que logra fotografiar antes de que terminen, antes de que la imagen salga movida. Su forma de narrar es preciosa, tan poética que duele; y el modo en el que describe los colores, los paisajes, objetos y comida es increíble, hace que tu imaginación vuele. También hay un toque de humor en lo que escribe, un brillo pícaro entre ella y el lector. Mis cuentos preferidos son los siguientes:

Bliss: la protagonista es Bertha Young, una mujer de treinta años que parece tener todo lo que podría desear: Harry, un marido con el que se lleva bien, una hijita adorable, amigos sofisticados y un hermoso jardín. El cuento transcurre durante un día en la vida de Bertha, en el que se despierta con un sentimiento de felicidad plena, de una dicha eufórica que le infla el pecho. El final del día, sin embargo, rebela un descubrimiento inesperado, una rajadura en la superficie aparentemente perfecta de su existencia: su marido besando a otra mujer, una amiga de Bertha con quien compartía mucho más de lo que ella creía.

Prelude: es, principalmente, un cuento sobre la infancia, sobre la capacidad de asombrarse y enamorarse de la vida, de las flores de un jardín y de la magia de lo cotidiano. Lottie y Kezia son dos hermanitas que, junto a su familia, se mudan de la ciudad al campo, a una casa hermosa con un paisaje que Mansfield pinta de ensueño, con sus descripciones gloriosas. Me hizo acordar a la película Fanny y Alexander del sueco Ingmar Bergman, porque tienen en común esa mezcla de alegría y melancolía, intercalando entre el punto de vista de los niños y el de los adultos.

A lo largo de la historia, la autora pone la lupa sobre momentos y escenas que, a simple vista, parecen irrelevantes, pero en las que ella encuentra emoción y valiosas interacciones, relatadas con su característica sensibilidad. Un marido que llega a su casa después del trabajo, una abuela que comparte la cama con su nieta, una mujer que escribe una carta. Los cielos estrellados campestres, el rocío que resplandece suavemente sobre las flores, nunca han sido tan bellos como bajo la pluma de Katherine Mansfield.


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