El retrato de una época pasada: La edad de la inocencia


No suelo leer clásicos con frecuencia, generalmente los libros que elijo son posteriores a 1960, pero de vez en cuando me gusta aventurarme en ese universo de antaño tan intimidante y explorar un poco. Mi meta del 2020 es leer tres o cuatro clásicos a lo largo del año; hasta ahora leí dos: Frankenstein (1818) de Mary Wollstonecraft Shelley, que se convirtió en una de mis novelas favoritas, y La edad de la inocencia (1920) de Edith Wharton. Si bien este último no logró deslumbrarme al mismo nivel que Frankenstein, me gustó muchísimo y realmente disfruté la lectura.

Para empezar, ¿quién fue Edith Wharton? Fue una escritora estadounidense nacida en 1862 que, gracias a La edad de la inocencia, se convirtió en la primera mujer en ganar el prestigioso premio Pulitzer. En gran parte de sus novelas y cuentos, la autora se mostraba crítica de la alta sociedad estadounidense a la que pertenecía y eventualmente se instaló en Francia, donde falleció a los setenta y cinco años en 1937. Wharton definitivamente fue una de las autoras más prolíficas de su época y tiene un catálogo bastante variado; mi primer encuentro con ella fue el año pasado mientras cursaba Taller de Expresión I (básicamente un taller de escritura) en la facultad, cuando tuve que leer Un viaje, un cuento que me pareció genial y llamó mi atención. Desde entonces estuve pensando en leer alguna de sus novelas y, finalmente, hace alrededor de una semana lo hice.

Esta es una novela sobre palabras no dichas y oportunidades perdidas, sobre el peso de la tradición y las costumbres de una época pasada. Los personajes de La edad de la inocencia pertenecen a la clase alta neoyorquina de fines del siglo XIX, un círculo de personas que “le temen más al escándalo que a las enfermedades”, que guardan silencio, sonríen y luego se defenestran entre sí a escondidas. Como lo describe Wharton, viven en una especie de mundo jeroglífico dentro del cual lo real jamás es dicho, hecho o ni siquiera pensado. Es una sociedad sostenida por las apariencias, en la cual la violencia se esconde detrás de una fachada amable y civilizada.

La historia comienza con el anuncio del casamiento entre Newland Archer, el protagonista, y May Welland, ambos criados dentro de la burbuja de la alta sociedad y provenientes de familias respetadas. Cuando la prima de May, Ellen Olenska, vuelve a Nueva York después de vivir durante años en Europa, Newland comienza a tener dudas sobre su matrimonio y su lugar en el mundo. Ellen es una mujer diferente, recientemente separada de su marido y moldeada no por las estrictas reglas de la gran metropolis norteamericana, sino por la cultura europea. Su llegada es percibida por la mayoría como un escándalo disruptivo, como si se tomara una imagen en blanco y negro y se introdujera en ella una figura luminosa, colorida. Newland no tarda en sentirse atraído por Ellen, quien despierta en él una curiosidad, la sensación de que existe un mundo lleno de vida más allá de los horizontes de Nueva York. Ella provoca en Newland una necesidad de replantearse sus valores previamente establecidos, las convicciones que le fueron inculcadas hasta el cansancio por su familia; despierta en él una pasión nueva, distinta, que amenaza con opacar todo lo demás.

Edith Wharton, ella misma un producto de la sociedad que retrata en La edad de la inocencia, explora el tema de la libertad. Desde un principio, el propio Newland se queja de cómo la sociedad juzga a Ellen por haber dejado a su esposo, exclamando que las mujeres deberían poder ser igual de libres que los hombres, en un mundo donde existe el acuerdo tácito de ignorar dicha desigualdad, de presentarla como natural. El sistema social al que pertenecen los protagonistas es uno que deliberadamente refuerza que las mujeres no sepan nada, no aprendan sobre lo que ocurre en el mundo, que sean simplemente inocentes. Los vínculos entre los Archer, los Welland, los Mingott y demases, están motivados por intereses materiales y sociales, basados en la hipocresía, la doble moral y las viejas costumbres; lo que dicta las decisiones de los personajes no es un verdadero sentimiento de libertad, sino la conformidad y la disciplina que son como una segunda naturaleza para ellos. En mi opinión, el título de la novela alude a cómo estas familias callan y evaden verdades incómodas en favor de una ignorancia placentera, alegre, en favor de la "inocencia".

El romance entre Newland y Ellen me pareció atrapante. En las escenas que comparten se puede sentir la electricidad, la química entre ambos y el deseo melancólico que los une a pesar de la distancia. Él admira en ella todas las cualidades que él mismo no tiene, principalmente la honestidad, el valor para vivir auténticamente, admira todos los detalles que la hacen ser quien es. La vida de Newland queda marcada por un profundo anhelo inconcluso, por un deseo que jamás es consumado porque él no se anima a transformar sus palabras en hechos y a comprometerse de verdad. Termina construyendo a su alrededor una fachada, un muro que oculta sus arrepentimientos y el dolor por lo perdido, que protege sus recuerdos secretos. Es el testigo de una época dorada que ya pertenece al pasado.


Como algo extra, también quiero recomendarles la adaptación cinematográfica que Martin Scorsese, uno de mis directores favoritos, estrenó en 1993. Si bien pienso que la novela es superior y hay ciertas decisiones artísticas que no me terminan de convencer, de todos modos la película me parece una muy buena opción para aquellos lectores que se quedaron con ganas de más y que sienten amor por el cine. Las interpretaciones de Daniel Day-Lewis como Newland, Michelle Pfeiffer como Ellen y Winona Ryder como May son fantásticas y fieles a los personajes creados por Wharton. Visualmente la película es un sueño, con una producción de arte y una cinematografía (cortesía del gran Michael Ballhaus) bellísimas que capturan a la perfección el lujo de este mundo, cada detalle, cada mirada. Scorsese es un maestro con la cámara, realmente logra expresar a través de la pantalla la misma emoción que la autora expresa a través de las páginas. Para quienes entiendan inglés, pueden hacer click acá para mirar un video-ensayo sumamente interesante sobre la película.

En fin, La edad de la inocencia es una novela preciosa, los diálogos de Edith Wharton son espectaculares, a veces tan ocurrentes e irresistibles que te dan ganas de leerlos una y otra vez, creo que es el aspecto que más disfruté del libro. Es una novela extremadamente profunda, que mediante la sutileza logra decir más de lo que está escrito, como dije al principio de esta publicación: esta es una novela sobre palabras no dichas; creo que ese es el verdadero triunfo de Wharton, trascender la palabra.

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