Experiencias cinematográficas


Cuando miramos algo, una película o una serie, pasamos a un estado de vulnerabilidad total, expuestos ante lo que sea que pueda suceder. Es una experiencia multisensorial que implica tanto factores internos y externos, desde nuestras propias emociones y experiencias, hasta el entorno que nos rodea en ese preciso momento, el clima, si estamos solos o con alguien, y demás. Por ejemplo, ver una película de terror con las luces apagadas, probablemente no tendrá el mismo efecto que verla con las luces prendidas; o una escena podría perturbarte más dependiendo de cómo te sentís ese día en particular, ese momento. Durante la experiencia del espectador, se crean momentos específicos, a veces irrepetibles. 

Hace casi tres años, me operaron para sacarme las amígdalas porque me enfermaba constantemente. Me operé en verano. Al principio, estaba tranquila porque no sentía dolor, pero una vez que el efecto de la anestesia terminó de desaparecer, fue horroroso. Me costaba respirar y tratar de tomar agua era un desafío porque el 99% del líquido no lograba atravesar la boca de mi garganta. El calor pegajoso no ayudaba en lo absoluto, era un castigo, que solamente le sumaba al dolor una mayor incomodidad que me impedía dormir. Todas las maldiciones del verano estaban presentes: los mosquitos sedientos de sangre, la transpiración, el aire pesado. Y yo solamente podía tomar agua o comer helados de agua, mi dieta consistía de agua, que apenas podía tragar entre tanta flema. Así transcurrieron los tres días siguientes a la operación, fueron eternos y asquerosos. 

Una de esas noches, desesperada por encontrar una distracción, decidí mirar una película. Terminé eligiendo La Ciénaga de la directora argentina Lucrecia Martel. Lo único que sabía era que se trataba sobre una familia medio disfuncional, que pasaba las vacaciones de verano en una casa quinta decrépita en la provincia de Salta. La Ciénaga se convirtió en una de mis películas favoritas, y aunque es cierto que es una genialidad, mi predilección no se debe únicamente a su calidad como obra cinematográfica. A partir de esa noche, se convirtió en una de mis favoritas porque la experiencia en su totalidad, en ese momento, en esa noche, en el estado en el que yo estaba, fue perfecta. Retomando lo que escribí en el primer párrafo, fueron factores internos -mi operación, mi estado físico y psíquico- y externos -el calor agobiante-. 


En el mundo de la película de Martel, también es verano, un verano igual de pegajoso, sucio. Los personajes estaban en un estado letárgico constante, como si estuvieran bajo un hechizo, y tenían una pileta llena de agua podrida y caliente en el jardín. Algunos de ellos sufrían malestares corporales o accidentes perturbadores. Yo, en mi delirio pos-operatorio, me sentí conectada de alguna manera al estado de podredumbre y decadencia veraniega de La Ciénaga; el calor agobiante que sentían los personajes, yo también lo sentía, al igual que el dolor, la incomodidad, las cicatrices, la flema. Las leyendas, los mitos y los símbolos que aparecen en la película parecían creíbles esa noche, con una sensación de trance sobrenatural entre la pantalla y yo. 

Estoy bastante segura de que nunca voy a volver a vivir esa experiencia con La Ciénaga, puedo volver a verla y seguir pensando que es una obra maestra, como pasó la segunda vez que la vi, pero aquél momento perfecto, esa noche de verano con cicatrices en la garganta, es único e irrepetible. El contexto en el que vemos una película, el momento determinado, afectan, para bien o para mal, nuestra percepción, nuestra experiencia cinematográfica. Recuerdo cuando miré una película de terror, The House of the Devil, en plena oscuridad y con auriculares, escuchando cada sonidito espeluznante que me ponía los pelos de punta. Me dio miedo; ese miedo que te lleva a taparte los ojos, con una mezcla entre pánico y placer, adrenalina. La segunda vez que vi The House of the Devil fue en circunstancias distintas, y este segundo miedo no le llegó ni a los talones al primero. Fue la oscuridad total, los auriculares, mi estado de vulnerabilidad, los elementos que hicieron la diferencia. Cuando se produce esa magia, que nos transporta a otros mundos, no hay sensación que la supere. 


Por si les interesa, apretando acá pueden acceder a una especie de análisis que escribí sobre La Ciénaga hace unos años.

Imágenes:

(1) y (2): La Ciénaga (2001), dirigida por Lucrecia Martel

(3): The House of the Devil (2009), dirigida por Ti West



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