"No vi nada..." o algunos pensamientos sobre La Ciénaga
La Ciénaga, dirigida por la cineasta argentina Lucrecia Martel es una película difícil de contar o explicarle a otra persona, porque realmente verla es una experiencia distinta de la cual cada uno puede sacar sus propias interpretaciones y conclusiones, nada es definitivo. Así como resulta complicado explicar lo que uno siente al ver, por ejemplo, una película de David Lynch, Martel creó una obra en la que la imagen y el sonido crean un mundo casi alterno, habitado por personajes que parecen estar ligeramente desconectados de la realidad y perdidos en algún universo sin nombre.
Ambientada durante los últimos días de un verano húmedo y pegajoso en un pueblo de Salta, provincia natal de Martel, Mecha (Graciela Borges), Gregorio (Martín Adjemián) y sus hijos pasan los días perdiendo el tiempo en una decadente casa quinta con una pileta llena de agua sucia. Joaquín, el hijo menor, ha perdido un ojo; a Momi (Sofia Bertolotto) no le gusta bañarse y siente una fuerte fascinación por Isabel, una de las mucamas; Vero (Leonora Balcarce) y su hermano José (Juan Cruz Bordeu) se miran y se tocan con deseo, mientras él convive con una mujer que fue la amante de su padre. Una tarde, Mecha sufre un accidente como consecuencia de su constante borrachera y su amiga-casi-prima Tali (Mercedes Morán) decide ir a visitarla junto con sus dos hijos chiquitos.
Pareciera que, entre los personajes adultos, nadie tiene nada relevante para decirle al otro, sólo tienen conversaciones banales y vacías que preferirían no estar teniendo. Y, entre los personajes jóvenes, tampoco parece haber mucha comunicación verbal, es como si se comunicaran a través de sus cuerpos, de acciones, de lo físico y del deseo. Según Martel: "La película tiene una carga sexual, una sensualidad un poco desbordada, hasta incestuosa en algunos casos, que le da el único aspecto feliz que siento que tiene la película, porque veo que hay algo vivo. En este marco de visión, el cuerpo es la única certeza que uno tiene. Es la más concreta de las superficies con las que uno cuenta. En el cuerpo la percepción del espacio y del tiempo es distinta. Cuando hay olor a manteca derretida con azúcar siento físicamente a mi abuela y su casa, no sé si es un recuerdo, quizás es otra forma de percepción del tiempo y del espacio." (1)
La casa quinta de Mecha se llama La Mandrágora, en honor a una planta que, históricamente, se usaba como afrodisíaco y anestésico (2). Envenenados y adormecidos por el alcohol y el calor, los adultos están siempre exhaustos, como si fueran zombies. Los niños y jóvenes, al contrario, rebosan de energía, corriendo por todos lados, jugando y peleando entre sí, lastimándose constantemente al borde de un accidente. Los personajes, en especial los menores, están constantemente al límite del desastre, pero sin darse cuenta del riesgo. Reiteradas veces nos preguntamos: ¿cuánto tiempo más pasará hasta que alguien resulte herido? A lo largo de la película, nos acostumbramos cada vez más al peligro constante, al descuido de los niños y a la falta de atención por parte de los adultos, nos acostumbramos tanto que, a pesar de las advertencias y los presagios, el final resulta increíblemente inesperado.
"Cuando pude ver La Ciénaga finalizada, me di cuenta de que la estructura general de la película era muy similar a la forma en la que mi mamá habría contado la historia de la muerte de un niño, tratando de encontrar un montón de detalles y situaciones que actúan como premoniciones de la muerte que va a ocurrir" -Lucrecia Martel (3)
Martel coloca en diferentes momentos de la película, símbolos e imágenes recurrentes, leyendas y presagios que nos guían a lo largo de la historia. Una de esas imágenes recurrentes es la de una noticia en la televisión sobre una mujer que asegura haber visto a la Virgen (un tema sobre el cual me explayaré más adelante), la presencia constante de animales, vivos y muertos (la vaca, los pescados, la leyenda de la rata africana, perros, moscas), la fascinación con el cuerpo humano (heridas, cicatrices, el pelo de Momi, el diente de Luciano, la transpiración, la suciedad), los truenos y las nubes que amenazan con una fuerte tormenta y los accidentes que ocurren o están a punto de ocurrir.
La leyenda de la rata africana es una leyenda urbana que Vero le cuenta a los chicos, en la que una mujer adopta a un perro grande que, un día, se come a sus gatos y cuando lo lleva al veterinario, el hombre le asegura que aquello no era un perro, sino una enorme rata africana. Es corta y simple, pero deja un fuerte impacto en la mente de Luciano (Sebastián Montagna), el hijo de Tati, que cuenta con alrededor de cinco años. El miedo del pequeño es tan real para él que está convencido de que el perro vecino que ladra a diario es, en efecto, una rata africana. En relación a esto, Martel opina que es típico de la comunicación oral: yo puedo decir algo, que puede ser verdadero o falso, pero tu reacción y la emoción que te genera son reales para vos. Ella da el ejemplo de las discusiones de parejas, en las que los individuos se dicen cosas que ni siquiera piensan en serio, pero que aún así afectan al otro según sus propios sentimientos al respecto (4). A Luciano no le importa que sus padres le expliquen que el perro de al lado no le hará daño, porque en su mente él está seguro de lo que cree y completamente aterrado. Martel también menciona que la realidad no es algo que existe, sino algo que nosotros construimos, y al hacerlo, también podemos rearmarla de manera distinta, lo cual creo que se aplica a la perfección con la mayoría de los personajes de la película. Mecha pasa la totalidad de sus días borracha y aislada en otra dimensión, con los lentes de sol puestos a cualquier hora y la amenaza de acabar con el mismo destino que su madre: los últimos quince años de su vida encerrada en su habitación y tirada en la cama hasta su muerte. Esa es la realidad que Mecha ha construido para sí misma, aunque lo acepte o no.
Con respecto a la imagen recurrente de la Virgen (símbolo de gran importancia en Salta y en América Latina en general) y su supuesta aparición, en la última escena Momi se dirige al sitio donde se dice que ha ocurrido la aparición, pero cuando regresa y su hermana le pregunta que vio, ella le responde: “no vi nada”. Momi no pudo experimentar ninguna visión ni revelación. Tal vez esto indique que no existe la salvación para ella, ni para su familia, ni para la Argentina, mientras que, justamente, todos esperan que un milagro caiga del cielo, los salve y los resguarde. La mujer que anteriormente aseguraba haber presenciado la aparición no volvió a ver nada, como si la fe y la esperanza nos hubieran abandonado a todos. No se si tiene mucho que ver, pero yo creo que no es coincidencia que este desencanto con la realidad ocurra después de la muerte de Luciano, ya que ¿qué tipo de esperanza podría haber en un mundo en el que un ser inocente y puro fallece sin razón alguna?
La década de los noventa en la Argentina se vio caracterizada por un elevado índice de problemáticas sociales y económicas, a causa de las numerosas privatizaciones y un plan económico neo liberal durante el gobierno corrupto de Carlos Menem, símbolo de la vergüenza nacional. Esto resultó en el cierre de industrias y fábricas, una inmensa ola de desempleo y, por ende, pobreza. Numerosas películas argentinas de este período son documentos de la época, expresando la angustia de una Nación que ya venía sufriendo hace décadas a causa de las dictaduras militares, en especial la de los setenta, y la vuelta a la democracia en los ochenta que trajo consigo una crisis socio-económica. En estas películas, y en este caso con La Ciénaga, los temas políticos no son expresados de modo explícito y con obviedad, pero sí está representado mediante una nube omnipresente de desolación y abandono que puede observarse en los personajes, sus relaciones con sí mismos, con los demás y con el ambiente que los rodea. La casona en estado total de decadencia, los adultos indiferentes e inconscientes, las heridas constantes de los niños, los prejuicios de clase y raciales contra Isabel y los kollas. Mecha y Gregorio viven como si los años no hubieran pasado, como si todavía gozaran de estabilidad económica y lujos, como si la pileta con agua podrida fuera un jacuzzi lleno de espuma y champagne. A fines del 2001, una nueva y aún más intensa crisis explotó en el país, posteriormente al estreno de La Ciénaga. Los accidentes, las heridas, las advertencias, las alusiones y los presagios deberían haber prevenido el inminente desastre... pero nadie previno nada.
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