Minding the Gap, o cómo no puedo parar de escribir sobre documentales que me vuelan la cabeza



Me di cuenta de que las últimas tres películas que recomendé en el blog son documentales, juro que no fue algo planeado. El género documental, al igual que el de no ficción dentro de la literatura, es algo que me encanta, y de hecho algunas de mis películas favoritas son documentales. El que traigo hoy se llama Minding the Gap, dirigido por Bing Liu, premiado en el festival de Sundance y nominado en los Oscar; recibió bastante atención en su momento, encabezando listas de las mejores películas del 2018 en múltiples plataformas. Lo miré por primera vez ayer, tarde pero seguro, y ya puedo decir que se convirtió en uno de mis documentales preferidos.

Se podría decir que a primera vista Minding the Gap resulta engañoso. Lo que en la superficie parece una película sobre unos amigos que hacen skateboarding termina metiéndose en terrenos mucho más profundos y dolorosos de lo que cualquier espectador es capaz de imaginarse. Keire, Zack y Bing (el director) no comenzaron a andar en skate porque estaba de moda y querían encajar, o porque querían sentirse cool, lo hicieron porque necesitaban escapar de sus casas, de sus familias, necesitaban sentirse libres aunque fuera por un par de horas, dentro de un mundo que les fuera propio y en el que pudieran expresarse. Comenzaron a ir al skate park en busca de un lugar seguro. Lo que Bing Liu hace durante una hora y media es explorar el por qué de eso, explorar su propia vida y la de sus amigos, en las que también se ve reflejado, vidas marcadas por la violencia. "This device cures heartache" aparece escrito en una patineta. 


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Los tres protagonistas son de Rockford, Illinois, una ciudad chica de menos de 150,000 habitantes con altas cifras de crímenes violentos, sobre todo violencia doméstica e intrafamiliar. Surgen preguntas en torno a cómo esta violencia afecta las vidas de sus víctimas, tanto durante su infancia y adolescencia como luego en la adultez, qué traumas y consecuencias siguen apareciendo en el día a día de aquellas personas. Dicha violencia, en un contexto de desigualdad social, de falta de posibilidades laborales y educativas, de alcoholismo y represión emocional arman un collage del fracaso de conceptos tradicionales vinculados a la idea de la familia y de la masculinidad en la clase media moderna. Se habla sobre generaciones de niños que fueron criados a los golpes, de mujeres que fueron castigadas a palizas y cómo hay casos en los que se puede lograr cortar con esa herencia, y casos en los que continúa ese círculo vicioso de violencia. ¿Cómo escapar? ¿Cómo ponerle un punto final a esas historias y seguir adelante?

A Bing no le interesa simplemente señalar los problemas, sino que toma deliberadamente la decisión y el desafío de explorarlos, de mostrar diversos lados y diversas experiencias dentro de una misma historia, sin juzgar. Cuando Zack y su novia Nina tienen discusiones constantes, a pesar de que Zack es su amigo, el director decide también darle una oportunidad para contar su versión de los hechos a Nina, por más doloroso que sea aceptar la posibilidad de que su amigo no esté yendo por un buen camino. Bing, habiendo sufrido él mismo una violencia tremenda por parte de su padrastro, está interesado en ahondar en ese dolor, en el dolor de los otros, el dolor de su madre que también recibió esos mismos golpes, el dolor de sus amigos. Es muy fuerte presenciar todo esto. Hay dos escenas no muy alejadas una de la otra: en la primera vemos a la madre de Bing hablando sobre su ex marido, sobre cómo podía ser de lo peor pero también muy dulce; en la segunda, la que habla es Nina, explicando que si bien conoce el peor lado de Zack, también conoce lo bueno. Son dos escenas breves que ejemplifican a la perfección cómo funciona la violencia de género y la violencia doméstica, cómo los victimarios logran que sus víctimas los justifiquen. Continuar amando a alguien que constantemente te pone en peligro, te lastima. "No quiero quedarme sola", dice la madre de Bing.


Minding the Gap es una película que trata sobre explorar las fisuras, las grietas y rincones dolorosos de nuestras propias realidades, tocar las heridas que todavía arden. El tener que aprender a lidiar con nuestras propias decisiones, con el hecho de que a veces aquellas personas que se supone deberían protegerte son las que más te hieren. Y también aprender a lidiar con nosotros mismos, que en ocasiones podemos ser nuestros peores enemigos. Sin embargo, el documental no culmina en una conclusión negativa o desesperanzada, al contrario, plantea la idea de que nuestro pasado no necesariamente dictamina nuestro futuro, de que existe la posibilidad de crear algo diferente que trascienda la tragedia. Nunca dejar de intentar ser mejor. Porque las personas no estamos definidas por aquello que nos haya ocurrido, sino por nuestras acciones y actitudes al respecto, es decir, en quiénes nos convertimos. No somos sólo víctimas o futuros victimarios, ni estamos inmersos en destinos inevitables e inalterables. Podemos ser algo más.

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                Keire Johnson, Bing Liu y Zack Mulligan

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