Once tipos de soledad: un viaje al corazón de Richard Yates


A lo largo de los últimos diez años, el escritor estadounidense Richard Yates ha recibido mayor reconocimiento que durante sus 66 años de vida, antes de fallecer en 1992. Hoy en día, se habla mucho sobre su talento, sí, pero también se suele hacer un tremendo -y ya algo repetitivo- hincapié en lo "deprimentes" que son sus historias y en la desolación existencial de sus personajes. Es cierto que en esta colección de once cuentos publicada en 1962, abundan la tristeza, la desilusión y, como bien lo indica su título, una soledad en ocasiones aplastante, que traspasa las páginas. Sin embargo, cuando llegué al punto final del último relato, con los ojos llorosos, me di cuenta de algo: lo que realmente definió a esta lectura en mi caso no fue lo deprimente, sino la profunda sensibilidad y el gran corazón que Yates expresa a través de sus palabras. Y no me refiero a un sentimentalismo barato y melodramático, en lo absoluto, sino más bien a una verdadera sensibilidad artística a la hora de comprender y capturar la experiencia humana con total franqueza, sin esquivar circunstancias incómodas o dolorosas. Creo que lo que evita que las historias de Yates resulten completamente desoladoras es esa compasión que el autor demuestra hacia sus personajes, y hacia el ser humano en general.

Lo que Yates hace es tomar pequeñas escenas, momentos cotidianos que no parecen cargar con mucha importancia que digamos y transformarlos en relatos llenos de emoción, confiriéndoles un significado que antes no parecía estar ahí. Lo más admirable es que para conmover al lector, no utiliza un lenguaje adornado ni poético, al contrario, su estilo es bastante austero, se sirve de lo justo y necesario. Estas escenas que va construyendo tienen como protagonistas a matrimonios que no funcionan, a vidas que parecen ir en dirección a ninguna parte, personajes melancólicos sumidos en  sus frustraciones. Se trata de las decepciones del día a día, de las presiones y ansiedades urbanas del mundo moderno, de la soledad que surge a partir del rechazo y los intentos fallidos. Muchos de sus personajes viven con un sentimiento constante de que sus mejores esfuerzos no alcanzan, temiendo como única posibilidad el fracaso. Son cuentos sobre la falta de conexión, falta de conexión entre parejas, familias, amigos, entre el sujeto y la sociedad a la que se supone que pertenece. 

En estos textos, Yates captura a la perfección una época: los Estados Unidos de posguerra, la cultura de los años 50s, con su aparente optimismo y crecimiento imparable; una década marcada por los valores tradicionales de la familia y los roles que se esperaba ocuparan los maridos y las esposas respectivamente. Yates muestra una sociedad fuertemente machista y guíada por la noción del éxito, en la que las mujeres son oprimidas bajo la expectativa de ocupar su "lugar" en el hogar, y los hombres también terminan sometiéndose con tal de poder cumplir con el rol de "proveedor" y con la fantasía de ascenso social. El autor es crítico de esta cultura y la vincula directamente con la soledad, las frustraciones y el aislamiento emocional que atraviesan las vidas de sus personajes y las parten al medio.

Si bien hay un par de cuentos que no me engancharon tanto como el resto, es extremadamente difícil elegir mis favoritos. Sin duda, Builders, el último y más largo, The Best of Everything, Fun with a Stranger, No Pain Whatsoever, Out with the Old... en fin, tendría que mencionar a casi todos y sería ridículo. Así de capo es Richard Yates. Eso fue lo que me llamó tanto la atención, el nivel que tiene la colección de relatos como un todo, manteniéndose constante en lugar de ir en subidas y bajadas. Yates es un maestro de la estructura, ninguno de sus relatos se extiende ni se queda corto, no hay páginas de sobra ni espacios a rellenar, es profundamente admirable y, debo confesar, envidiable. 

Diez de los once cuentos están narrados en tercera persona, como si Yates fuera un amigo con el que nos juntamos en algún bar a escuchar sus historias. Historias sobre niños humillados sin amigos (Doctor Jack-O'-lantern), sobre futuros matrimonios que antes de ser concretados ya comienzan a desmoronarse (The Best of Everything). No Pain Whatsoever y Out with the Old están ambientados en guardias hospitalarias para enfermos de tuberculosis, con esposas distantes que visitan a sus maridos convalecientes y pacientes que intentan sobrevivir como pueden; ambos relatos son conmovedores y presentan imágenes inolvidables, duras, como el enfermo que intenta establecer contacto con su hija embarazada a través de una carta que nunca parece llegar a la conclusión deseada. Son dos historias que se centran en el aislamiento tanto físico como emocional que los pacientes sufren, dentro y fuera del hospital, con sus familias, tratando de aferrarse a lo que les queda de sus propias identidades y a la capacidad de sentir.

En Fun with a Stranger y A Glutton for Punishment nos encontramos con tramas muy distintas entre sí, pero que comparten una cosa: me hicieron reír en voz alta. Sí, leyeron bien, el señor Yates no es puro sufrimiento, también tiene sus dosis de humor tragicómico. En el primero, somos testigos de la relación entre una maestra de primaria aburrida y desalmada y sus estudiantes, que observan con envidia al curso de al lado, a cargo de la maestra más alegre y hermosa que podamos imaginar. El cuento culmina con una escena durante las festividades navideñas que me pareció genial, tan genial que solté una carcajada mientras subrayaba las palabras. El segundo cuento está protagonizado por un hombre tan obsesionado con el fracaso que se enamora de él, convirtiéndose en el mejor y más agraciado perdedor de todos. 

El último relato, Builders, es especial. Es el único narrado en primera persona, lo cual ya genera un cambio en la sensación del lector, ya no sentís que estás espiando vidas ajenas, sino que el protagonista te está hablando desde lo más profundo de su ser, mirándote a los ojos. El narrador es Bob, un escritor joven en busca de oportunidades, que acepta trabajar como escritor fantasma para Bernie, un extravagante taxista neoyorquino. ¿En qué consiste esta labor? Bob tiene que escribir una colección ficcionalizada y sensiblona sobre las experiencias de Bernie con sus pasajeros. Qué decir, adoré este cuento, cada elemento de él, cada parte, no me puedo imaginar un mejor cierre para Once tipos de soledad. Al principio, el taxista le explica a nuestro narrador que él ve al acto de escribir como la construcción de una casa: tenés que empezar por una base sólida, unos buenos cimientos, e ir paso a paso, colocando las paredes, el techo; pero lo más importante de todo son las ventanas, la luz. Al final del cuento, Bob reflexiona sobre su vida y se pregunta "¿dónde están las ventanas? ¿Por dónde entra la luz?", y sin encontrar la respuesta que necesita, simplemente concluye: "Debería haber una ventana, acá, en algún lado, para todos nosotros". 

Mientras leía esa última frase, un par de lágrimas se acumularon en mis ojos, no sólo porque me conmovió profundamente, sino también porque pensé en la vida del propio Richard Yates, que tanto sufrió, con sus problemas de salud, su alcoholismo, sus divorcios y el gran éxito que parecía eludirlo. Pensé en las veces en las que él debe haber buscado esas ventanas. Esta colección de relatos me hizo lagrimear, me hizo reír, me frustró, me encontró contestándole en voz alta a las páginas. Me hizo sentir. Y, en mi humilde opinión, no existe nada más hermoso que un artista pueda dejar como prueba de su paso por este mundo.

Personalmente, preferí leer el libro en inglés, pero sé que hay una traducción súper recomendada de la escritora argentina Esther Cross, publicada por Editorial Fiordo. En el blog de Eterna Cadencia, pueden leer de forma gratuita el cuento que abre Once tipos de soledad, El doctor Jack-o'-lantern. Para leerlo, hagan click ACÁ.

Automat de 1927, pintado por Edward Hopper, el maestro de la soledad

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