La playa que se formó por accidente


Hay algo que me cautiva sobre esos lugares, ciudades, pueblos, que en épocas pasadas prometían un futuro brillante, pero décadas más tarde parecen (y hasta son) ciudades fantasmas, perdidas en el tiempo, ni vivas ni muertas como si estuvieran a la espera de algo que nunca parece llegar. Bombay Beach, a 270 kilómetros de Los Ángeles, es un lugar así, con paisajes desolados llenos de cadáveres de pescados que se pudren al sol, junto al mar de Salton. En la década del cincuenta, esta región fue escogida como un nuevo destino de vacaciones de lujo y en un principio resultó bastante popular, pero por distintas razones relacionadas con la geografía y el clima de la zona, después de los sesentas el turismo comenzó a caer en picada. De ese pasado veraniego y lleno de celebridades ya no queda nada; en su lugar, existe una pequeña comunidad de familias y sujetos solitarios que se las arreglan para sobrevivir en un lugar que no parece darle la bienvenida a nadie, pero al que ellos insisten en llamar hogar.

La directora Alma Har'el, que en los últimos meses ha ganado una mayor popularidad por Honey Boy (2019), una película autobiográfica sobre el enfant terrible Shia LaBeouf, estrenó este documental titulado Bombay Beach hace casi una década, en el 2011. Lo que Har'el se propuso hacer fue capturar un momento en el tiempo, capturar fragmentos de la vida de un grupo de personas: Red, un viejo solitario que subsiste a base de alcohol y cigarrillos, Ceejay, que llega a este pueblo fantasma escapándose del crimen y el peligro que lo rodea en Los Ángeles, y Benny, un niño con un aparente trastorno de hiperactividad al que sólo le ofrecen como solución un cóctel infinito de pastillas. Durante una hora y cuarto, espiamos el día a día de los habitantes de Bombay Beach, que intentan establecerse, rearmar sus vidas y planear su futuro, entre casas oxidadas y una playa desértica que ni siquiera debería estar ahí, que fue un accidente. 

Related image

A pesar de sus condiciones adversas, Bombay Beach aparece como una especie de santuario, un escondite, lleno de personas que se instalaron allí escapándose de algo, de su pasado. En el caso de Ceejay, que se escapó de su barrio luego de que asesinaran a su primo, tal vez este pueblo playero sea solamente una parada de por medio hacia otro lugar, un sitio seguro pero temporario para jugar al fútbol americano y conseguir una beca. En otros casos, como el de la familia Parrish, probablemente sea para siempre. Benny Parrish, de siete años, pasa su tiempo entre dosis diarias de Litio, Ritalin y demás medicamentos que ni siquiera puede pronunciar, junto a sus hermanos y a sus padres, ex convictos.

Benny se va convirtiendo en el alma de la película, el latido que le da vida, flotando a la deriva, algo perdido y destartalado como Bombay. Sin embargo, la directora jamás lo contempla con lástima ni intenta transformarlo en una tragedia, ni a Benny ni a ninguno de sus vecinos, simplemente los muestra tal y como son, habitantes de este mundo igual que vos y yo. Har'el no juzga ni analiza ni busca soluciones, sólo observa y filma. Los únicos momentos en los que sí se notan más la mano y la influencia de la directora son aquellos en los que coreografías hermosas ocupan la pantalla, al son de Bob Dylan y Beirut. Estas escenas son mágicas y se sienten orgánicas, hasta espontáneas, como si las siluetas que danzan frente al atardecer fueran una característica más del paisaje; las coreografías expresan instantes de felicidad: los niños jugando, Red bailando con un trío de mujeres, Ceejay y su novia compartiendo un momento dulce, Benny cumpliendo su fantasía de ser bombero.



Numerosas reseñas tildan al documental de trágico, "la muerte del sueño americano", con un aire de superioridad que parece suspirar y decir "pobre gente". Lo que algunos no logran ver es que Bombay Beach no se trata de muerte, sino de vida; sí, es cierto, de vidas tal vez injustas, desiguales, descartadas a un costado por la sociedad, pero al fin y al cabo vidas que merecen respeto, no ser infantilizadas. En una entrevista con la publicación The Guardian, Alma Har'el da su opinión: "Pienso que (la película) en realidad muestra la diversidad y la variedad del sueño americano, y cómo ese sueño puede torcerse y aún sobrevivir, incluso en el peor pueblo fantasma en California".

Se dice que para 2030, el agua del mar de Salton estará tan salada y contaminada que los peces y las aves en su totalidad ya no podrán sobrevivir. Probablemente, con el paso del tiempo, el paisaje de Bombay Beach también cambiará y entonces esta película se transformará en el registro de un lugar ya perdido, en postales borrosas que capturaron momentos fugaces, en los recuerdos de un pequeño pueblo que alguna vez supo ser un paraíso vacacional.


Comentarios

Entradas populares