Mis lecturas favoritas de febrero


Cometierra de Dolores Reyes (2019), edición de editorial Sigilo

"Antes tragaba por mí, por la bronca, porque les molestaba y les daba vergüenza. Decían que la tierra era sucia, que se me iba a hinchar la panza como a un sapo. (...) Después empecé a comer tierra por otros que querían hablar. Otros, que ya se fueron".

Cometierra, al igual que las mejores obras del género de realismo mágico, logra traer a la luz problemáticas de la sociedad, en este caso la sociedad argentina, pero de una forma original y novedosa que toma prestados ciertos elementos fantásticos y hasta sobrenaturales. El resultado es un libro por momentos duro, pero bello a su manera, como un diamante en bruto. Dolores Reyes mezcla palabras ásperas, que cortan como vidrios rotos, con una poesía melancólica y taciturna.

Cometierra, una chica sin nombre, vive en un barrio humilde del conurbano con su hermano Walter, solos después del asesinato de su madre y un padre que se esfumó. La protagonista posee una capacidad especial: si come la tierra que ha tocado alguien, puede tener visiones sobre el paradero actual de dicha persona. Es así como se transforma en una especie de puente entre los vivos y los muertos, los desaparecidos, asistiendo a familias desesperadas con imágenes que sólo ella puede ver. Imágenes de cuerpos, cuerpos fríos y violentados, abandonados entre sombras.

Estas visiones terminan atormentando a Cometierra, que ya ni siquiera en sueños puede ver algo que no sea muerte y miseria ("ni dormida tuve descanso"). Su escape temporal lo encuentra en la birra y la música, en besos que van y vienen, al menos hasta que llega la hora de despertar y ponerse a tragar tierra. Y ahí vuelve todo, vuelve la violencia perversa en la oscuridad de la noche. Porque en el universo de este libro, la magia no sirve para escapar ni para embellecer, al contrario, sirve para resaltar los horrores cotidianos, las mujeres secuestradas y desechadas como basura. En Argentina, en lo que va del 2020, ya se registraron 64 femicidios, de los cuales el 49% y el 17% fueron perpetrados por las parejas y ex parejas de las víctimas respectivamente. Nos están matando.

"— Yo quería también quedar embarazada alguna vez. Tener una nena.

— Yo ni loca. Desaparecen."

Creo que la mejor forma de entrarle a esta novela es entendiendo que no es un policial con suspenso ni una fantasía dark salida de una película de Tim Burton. En mi opinión, simplemente se trata de una chica que anda perdida, tratando de encontrarse, en un mundo que la golpea e intenta chuparla hacia abajo, bajo tierra. Cometierra refleja el momento clave en el que vivimos: el dolor de los femicidios y de la violencia que se esparce como el fuego, pero narrado desde la voz de una protagonista fuerte que se enfrenta de cabeza, y escrito por la pluma de una mujer, quien les dedica el libro a Melina Romero y Araceli Ramos, nombres que para muchas ya suenan tristemente familiares.

"(...) Y pensé que yo también quería, ahí afuera, un nombre para mí".



Nosotros en la noche de Kent Haruf (2017), edición de Literatura Random House

Kent Haruf escribió Nosotros en la noche cuando ya sabía que le quedaban pocos meses de vida, y se nota. Porque en pocas páginas logró construir una historia conmovedora y melancólica que trata temas tan universales y profundos como el amor, la soledad, el paso del tiempo, la mortalidad, las decepciones, la familia; en pocas palabras: los vínculos humanos. Se siente como la culminación de todo su trabajo, aquello que, probablemente, durante años tuvo la intención de escribir y que finalmente dejó como su último capítulo en este mundo.

Los vecinos Addie y Louis, a sus setenta años, descubren que aún les queda mucho por vivir y por sentir, más de lo que creían, y que no es justo caer en ese prejuicio social de que a partir de cierta edad, pum, se acabó todo. Ellos se animan a ir en contra de la corriente, de cómo se supone que deberían ser, porque se dan cuenta de que no existe ninguna razón para renunciar a la posibilidad de conectar con otra persona, de volver a sentir felicidad. Addie está sola desde hace mucho tiempo, y un día se pregunta, ¿por qué debería estarlo? Ese es el disparador de lo que vendrá luego, una simple pregunta que desafía lo establecido. "He decidido no hacer caso de lo que piense la gente," dice ella.

Lo que empieza con una caricia a oscuras y confesiones compartidas en la noche, cuando todos nos sentimos más vulnerables, termina convirtiéndose en mucho más que eso: en algo nuevo, en el decidir ser libre y disfrutar. "¿Quién nos iba a decir que a estas alturas de la vida todavía tendríamos algo así? Que no estamos consumidos en alma y cuerpo?".

Las primeras veinte o treinta páginas se me hicieron un poco lentas y no lograba engancharme del todo, pero, a partir de cierto punto y de la introducción de un personaje especial, la novela acabó por convencerme y dejarme entrar por completo en su universo. El lenguaje del autor es bastante simple y directo, lo cual puede resultar un poco cortante en un principio, pero a medida que fui avanzando con la lectura me di cuenta de que, en realidad, es la mejor manera de relatar esta historia. ¿Por qué? Porque en Nosotros en la noche lo importante no son las palabras, sino las emociones que ninguna palabra alcanza para describir; lo que verdaderamente importa es aquello que no se dice, pero que sabemos que está ahí. A veces, no es del todo necesario adornar con poesía aquello que queremos transmitir. Es el tipo de libro que te agarra desprevenido, que engaña con su aparente simpleza, pero que al final te conmueve hasta los huesos.

Un par de lágrimas caían por mi mejilla mientras leía las últimas páginas, porque no vivimos en un cuento de hadas y nada es eterno. Sin embargo, Haruf nos deja un rayo de esperanza, dando a entender que tal vez existe algo más, algo que va más allá de la distancia, algo más allá del fin de nuestras vidas, el amor después del amor.

"Y esta vez continuaremos, ¿no? Seguiremos charlando. Todo el tiempo que queramos. Mientras dure".


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Distancia de rescate de Samanta Schweblin (2015), edición de Literatura Random House

Esta novela corta es desesperante, definitivamente agotadora, pero este es exactamente el efecto que Schweblin se propone lograr desde la primera página: volvernos un poco locos entre tanta tensión y ambigüedad. La autora crea una atmósfera asfixiante, en la que casi podemos sentir nosotros mismos el veneno de los pesticidas, y que gracias a su estructura sin capítulos no da ni un respiro para descansar. Por momentos pensé que me ahogaba de verdad.

Amanda y su hijita Nina se van de vacaciones a un pueblo fuera de la ciudad de Buenos Aires, donde conocen a Carla y a su hijo David. A medida que pasan los días, es evidente que algo no anda bien, que David no es un chico normal y que en el pueblo hay algo perverso bajo tierra, en el agua, en el aire. En todas partes. A lo largo de la historia, la prioridad de Amanda es mantener a salvo a Nina, con quien comparte algo que llama distancia de rescate: un hilo invisible que las une y permite que Amanda pueda calcular la distancia entre su hija y un posible peligro para protegerla.

La forma que la autora eligió para ir contando la historia es diferente a lo que suele ser costumbre, bastante peculiar. Intercala constantemente entre el presente y el pasado, mediante una conversación entre dos de los personajes. También hay fragmentos en los que sueños y realidad se mezclan, difuminando la línea entre lo que realmente ocurre y lo que no, producto del estado febril y agitado de la narradora principal. La ambigüedad y el surrealismo marcan esta novela de principio a fin, a veces dejando más incógnitas que respuestas, porque pareciera que la lógica de nuestro mundo no se aplica en donde sea que los dos protagonistas estén, como si fuera otra dimensión.

Uno de los elementos centrales acá es el miedo. El miedo que sienten las madres en relación a sus hijos. En el caso de Carla, es el miedo ante un hijo que ya no reconoce, que ya no es el mismo; en el caso de Amanda, es aquella distancia de rescate que heredó de su propia madre, y que su madre heredó de la suya, porque "tarde o temprano pasará algo terrible". Sin embargo, a pesar de estar tan alerta y de ser consciente de ese miedo, pareciera que, al fin y al cabo, no se puede hacer nada ante el horror inminente, que el hilo puede romperse.



Collected Short Stories, Vol. 1 de W. Somerset Maugham

William Somerset Maugham fue un autor británico con una carrera más que prolífica, que continuó escribiendo hasta no mucho antes de su muerte a los 91 años en 1965. Sus novelas y cuentos fueron adaptados al cine en más de cuarenta ocasiones y, en su momento, fue declarado el escritor mejor pago de la década del treinta. Sin embargo, a pesar de su popularidad, nunca había leído su obra hasta que encontré esta colección de treinta cuentos publicada por Penguin en su idioma original, escondida entre libros en la biblioteca de mi mamá.

Si tuviera que describir brevemente y de manera general de qué se tratan los cuentos de Somerset Maugham, diría que son pequeños dramas sobre las relaciones entre las personas, la naturaleza humana, las amistades y los matrimonios. Él era bastante crítico de las instituciones y de la idea del amor romántico, pero sus historias no parten desde el cinismo, sino que son contadas con un humor seco, bien británico, un sarcasmo que le guiña el ojo al lector y lo vuelve cómplice.

Por el momento solamente leí un puñado de los cuentos y quiero resaltar los tres que más me gustaron. The Promise pinta el retrato de una mujer de la alta sociedad que a lo largo de su vida ha tenido muchos amantes, dejando corazones rotos por el camino, hasta que, eventualmente, es ella quien termina ocupando ese rol desdichado, la dueña del corazón roto. Home, por otro lado, explora lo que no fue y podría haber sido, desde la vejez de sus protagonistas. The Poet tiene un tono diferente al de los dos cuentos anteriores, directamente se lo podría catalogar bajo el género del humor; toma el encuentro entre un joven escritor y un legendario poeta español, y lo pone patas para arriba. 

Recomiendo totalmente a los lectores amantes del cuento clásico que se entreguen a la obra de W. Somerset Maugham, es un viaje de ida.



Para terminar, durante febrero fui leyendo varios cuentos sueltos de distintos autores, entre novela y novela. Mi favorito es Los destructores del inglés Graham Greene, publicado en 1954. Descubrí este cuento gracias a una recomendación en el programa de la TV Pública, Bibliómanos, en el episodio que tuvo como temática la literatura sobre niños. Una de mis características como lectora es que me encantan las historias protagonizadas por chicos, sobre todo los cuentos, es inclusive un tema que aparece en muchos de mis propios escritos; sobre todo me atrae cuando los autores utilizan a la infancia para explorar los rincones oscuros, lo perturbador, como por ejemplo hizo Silvina Ocampo. En Los destructores, Greene nos presenta un escenario urbano de posguerra, habitado por un grupo de chicos que pasan sus días en las calles y deciden destrozar la casa, ya parcialmente en ruinas, de un anciano. El aspecto que más perturba gira en torno al por qué, ya que justamente no hay una respuesta. Sí, claro, podemos teorizar e intentar analizar las acciones de los protagonistas, pero no hay una verdadera razón. No hay lógica. Lo único que queda son los escombros, y la risa.

Pueden leer Los destructores de Graham Greene de forma gratuita haciendo click acá.

También quiero mencionar dos cuentos más que disfruté: La ventana abierta de Saki (1911) y Recuerdo de 2030 del argentino Pedro Mairal. La ventana abierta es un famoso cuento clásico que esconde un giro inesperado en su final, mezclando una suerte de temática sobrenatural con el humor. El cuento de Mairal es el más cortito de todos, con tan sólo una página y media, y una historia distópica bastante simple: un hombre, ahora en libertad, le cuenta a alguien sus recuerdos de cuando vivía en una sociedad totalitaria.


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