La película robada

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En este momento extraño que estamos atravesando, incierto y a puertas cerradas, me encuentro mirando muchas películas y consumiendo más arte del que normalmente consumiría (que ya es bastante). Para pasar el rato, decidí participar de un club de películas que organiza una chica en Instagram (su usuario es @chaujosefina), ya que no me viene mal tener la posibilidad de descubrir joyitas nuevas y distraerse un poco, olvidando, aunque sea por un rato, este contexto en el que todos parecemos encontrarnos encerrados. La primera recomendación para ver fue un documental de Netflix, bastante oculto diría yo, llamado Shirkers, que me llamó la atención. 

Esta es la historia de Sandi Tan, una mujer de Singapur que durante su adolescencia a principios de la década del 90, cumplió su sueño de filmar una película, a la cual tituló Shirkers. Sandi era una piba artística, fanática del cine independiente y conocedora de la música, que en un ambiente sociocultural bastante cerrado y conservador, desafiaba el status quo con sus amigos a través de su arte, su creatividad que la mantenía despierta por las noches. Fue así como llegó a la idea de escribir y protagonizar su propia película, producida por su amiga Sophie, editada por su otra amiga Jasmine y dirigida por un cuarentón llamado Georges, que creía ser una especie de mentor para Sandi. Finalmente, con cierta dificultad, lograron terminar Shirkers, aquél proyecto al cual la protagonista y sus amigas le habían entregado todo, su pasión, su tiempo y su dinero. Pero Shirkers, la pequeña película independiente que prometía cambiar la escena artística de Singapur, desapareció. O, mejor dicho, Georges se la robó.

Ese es el argumento del documental, lo que nos presenta el trailer, pero la realidad es que la historia de Sandi y Shirkers va mucho más allá de un simple robo. 

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Para empezar, los hechos que cuenta la película representan, probablemente, la peor pesadilla de cualquier ser creativo, la premisa de poder perderlo todo, aquello en lo que depositaste todo tu corazón y tu ambición. Este temor se vuelve extremadamente relevante para los que publicamos y compartimos nuestros proyectos con el mundo entero mediante las redes sociales y diversas plataformas, ya que nos encontramos en situaciones de mayor vulnerabilidad que la propia Sandi Tan hace casi treinta años, donde se podría decir que el plagio se vuelve cada vez más fácil. 

Creo que Shirkers nos invita a tener una conversación necesaria en torno al robo sistemático perpetrado por hombres mediocres a mujeres talentosas en la industria del cine y en el ámbito del arte en general, así también como los efectos traumáticos y emocionales que dichas mujeres se ven obligadas a atravesar como consecuencia. La propia Sandi nos relata cómo durante años ni siquiera pudo hablar sobre el tema, intentando mantenerlo bajo llave en algún rincón oscuro de su mente; sin embargo, de vez en cuando, al ver alguna película que le recordaba a lo que una década atrás ella misma había creado, recordaba lo que su "mentor" le había hecho. 

Georges. ¿Cómo describirlo? Era un farsante, un manipulador, un fantasma incapaz de crear una obra que fuera genuinamente suya. Hablaba de sí mismo como si hubiera sido Francis Ford Coppola, creyendo que habitaba la piel de personajes sofisticados salidos del universo de Jean-Luc Godard, tratando de impresionar a los demás, buscando desesperadamente admiración. A Georges le gustaba aprovecharse de la gente joven, sobre todo de mujeres ambiciosas con ideas: "El personaje cinematográfico al cual más se parecía era Nosferatu, tratando de volverse inmortal alimentándose de los sueños de artistas jóvenes", lo describe a la perfección la directora de Shirkers. Como dije, no es una historia peculiar, sino que lamentablemente se trata del ya clásico caso de un tipo robando y apropiándose del arte de una mujer, haciendo con él lo que se le canta, quedándose con todo. Sin embargo, tres décadas después, podemos comprobar que Georges no se salió con la suya, aunque lo intentó, finalmente no logró silenciar la voz de Sandi. Eso es este documental, eso es Shirkers, una voz que grita "ACÁ ESTOY", un testimonio en una sociedad que espera que simplemente te calles. 

Shirkers es también una película sobre la amistad, en este caso entre Sandi, Jasmine y Sophie, mostrando de una forma muy realista cómo los vínculos se dan en grises, con complejidades, choques, peleas, pero en el fondo hay algo que une a las personas. Todos estos años después, Sandi y Jasmine parecen tener una relación bastante transparente, dispuestas a decirse lo que piensan una de la otra y a reflexionar sobre lo ocurrido. Aquello que las unió a fines de los ochentas para crear su propia zine y luego para crear Shirkers, es lo mismo que las unió en la actualidad para realizar este documental: la pasión por el arte y la necesidad de expresarse y hacerse oír.

Por último, como un plus, les cuento que la película tiene una estética hermosa, colorida y noventosa, que por momentos se siente salida de un sueño. Tiene una cualidad nostálgica y hasta fantasmagórica, como cuando te ponés a mirar un álbum de fotos viejo, con lugares y personas que ya no están. Ese collage de recuerdos que van y vienen, entre imágenes, conforma la historia de Shirkers, la película que desapareció y se convirtió en un mito singapuriano.

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