Una breve reflexión: ¿Por qué ya no puedo separar a la obra de su artista?


Una de las cosas que más me apasionan es analizar, indagar, cómo aquello que nos rodea, hasta los aspectos más pequeños, configuran nuestra realidad. Es por eso que decidí desarrollar, esta vez basándome en mi experiencia personal, por qué estoy convencida de que ya no se puede seguir separando al arte de quien lo produce. El hecho de que artistas que están acusados de abuso sexual, violación y violencia de género no sufran ningún tipo de consecuencia y sigan siendo celebrados tiene un impacto social, aunque muchos intenten negarlo. 

En los primeros años de mi adolescencia, en busca de una compañía, me enamoré del cine. Eso me llevó a fanatizarme con la obra de varios directores, entre ellos Roman Polanski y Woody Allen. Cuando tenía catorce años, estaba al tanto de que Polanski había sido acusado de violar a una menor de trece años en la década del setenta, era imposible no saberlo, pero en mi cabeza no parecía algo grave. ¿Por qué? Porque si en todas esas décadas de por medio tantos actores siguieron trabajando con él, la Academia le dio premios y muchos lo defendieron, entonces mi lógica me decía que era evidente que no había hecho algo tan dañino. No era para tanto. Ese fue mi razonamiento a una edad en la que todavía no tenía mis valores ni mis puntos de vista definidos, era vulnerable a lo que leía y a lo que veía. La actitud que la sociedad y la industria del cine tuvo (y sigue teniendo) con Polanski durante décadas, hizo que en mi cabeza su crimen fuera insignificante, justificándolo con las tragedias personales que el director vivió, sin darme cuenta de que se lo acusaba de haber violado a una piba cuando tenía mi misma edad. Esa distorsión de la realidad, esa nube que me convenció de ponerme del lado del victimario, es lo que puede provocar el acto de separar al artista de su obra. 

En el caso de Woody Allen, su hija Dylan lo denunció en la Justicia por abuso sexual cuando tenía siete años, durante la década de los noventa. La realidad es que en mi adolescencia nunca supe sobre esto porque directamente me negaba a leer artículos negativos sobre Allen, mi comediante favorito. Cuando tenía alrededor de quince años, Allen era uno de mis ídolos, realmente creía que amaba su trabajo; lo consideraba un compañero en momentos solitarios en los que necesitaba reírme un poco. Pero hoy en día, me resulta increíble lo sexistas que son sus películas. Verlas es como verlo a Woody Allen haciéndose la paja durante dos horas, felicitándose a sí mismo por el hecho de que todas las mujeres, mayores y menores de edad, en su mundo siempre parecen enamorarse perdidamente de él. En ese entonces, no veía nada alarmante en que un tipo de más de cuarenta años estuviera en pareja con una menor de edad, como sucede en su película Manhattan, entre chistes de "espero que no me descubra la policía, niña". Sus personajes femeninos suelen ser sumisos, intercambiables entre sí o únicamente existen para servirle al crecimiento de su personaje protagónico, interpretado por Allen mismo, obviamente.

Me cuesta entender qué fue lo que me hizo creer que yo amaba estas películas, a estos tipos; tal vez era porque a una edad vulnerable me hacía sentir intelectual, porque según el mundo cinéfilo se suponía que tenían que gustarme. Esto es arte, esto es gracioso, ¿entendés? Este tipo que hace chistes sexistas que giran en torno a su propio ego y a su propio miembro es gracioso. Este tipo que cree que está bien acostarse con menores es gracioso. El abuso sexual no importa, es un mero detalle a ignorar.

Cuando las personas hablan de separar al artista de su obra, automáticamente pienso en mi versión adolescente, que buscaba refugio y validación en el cine, que le rendía culto a ídolos y todavía no sabía qué era el feminismo, ni que ciertos límites jamás debían cruzarse ni ser perdonados. Esa idea de volver impunes a estos hombres sólo porque son artistas modeló mi mente durante aquella etapa de mi vida, y hoy en día lo recuerdo como algo doloroso. Me genera dolor recordar como usaba mis palabras, mi voz, para defender a Polanski, palabras que seguramente hoy, si no hubiera logrado sacarme la venda y ver las cosas por lo que realmente son, también usaría para defender a seres nefastos como Kevin Spacey o el violador serial Harvey Weinstein, o cualquiera de los abusadores que se escondieron y se esconden detrás de la impunidad que se les ofrece a lo loco.

Ahora ya no defiendo a los violadores, a los pederastas ni a los machistas, porque me di cuenta de que en el testimonio de cada víctima también están los testimonios de todas, nos vemos reflejadas entre sí. La cultura de la violación y del machismo es peligrosa, porque nos marca y los enseña, a veces de maneras sutiles, a callarnos, a no cuestionar. Por eso en esta época pienso que ya no tenemos que seguir glorificando a tipos que ni conocemos, dejar de construirles monumentos, porque es muy posible, lamento decirte, que tu ídolo sea un forro. Ya fue tener ídolos. Sobre todo cuando son unos machitos de mierda. 

Ninguna obra de arte, por más hermosa que parezca, vale la pena cuando de por medio existe una atrocidad tan tremenda como la corrupción de un cuerpo, la violencia. No hay canción, ni libro, ni película que justifique el apoyo sistemático a artistas que usan su poder y su influencia para ejercer la violencia. “Eran otros tiempos, antes era distinto”. Bueno: ahora ya no vivimos en esa dimensión terrorífica a la que llaman “otra época”, ahora vivimos en nuestra época, y hay que hacer todo lo posible para que, dentro de quince, treinta o cincuenta años, nadie pueda usarla de ejemplo para apañar a quienes deberían ser condenados. Ya no hay más excusas. No consumamos cosas que, en el fondo, aunque no nos demos cuenta, nos hacen mal. 

Lo que leemos en las redes sociales, lo que vemos en los medios de comunicación, las reacciones de quienes nos rodean, todo esto afecta nuestra forma de pensar, tanto para bien como para mal. Por eso creo que entre todos tenemos la obligación de construir una sociedad y unos medios cuyos cimientos realmente se basen en la empatía y la conciencia social. Si los artistas e ídolos que configuran nuestro mundo son violentos y cínicos, ese mundo será el reflejo de ellos. Es cuestión de preguntarse, ¿qué mundo es el que queremos construir? Continuar separando la obra del artista es permitir que las historias que conforman nuestras vidas sigan siendo escritas por los violentos, los que abusan de su poder y abusan de otros. Y lo único que se es que ya no quiero vivir más en ese planeta que da terror. 

Para la gente que pregunta tan desesperada, que tanto se preocupa, “oh, pero así nos vamos a quedar sin arte para consumir”. No. La idea, justamente, no es dejar espacios vacíos, sino crear espacios nuevos que sean seguros, y llenarlos de un arte hermoso y crítico que le de color a nuestras vidas, en lugar de teñirlas de gris. ¿Y cómo se empieza? Cuestionando, criticando, asumiendo responsabilidades y ampliando los lugares que siempre fueron excluyentes. Tal vez, de esa manera se pueda evitar que otra piba que vive en un país donde asesinan mujeres todos los días se vuelva a sentir identificada con el arte un violador. 

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