Breve reseña en tiempos de cuarentena


Entre los libros que tuve la suerte de descubrir en lo que va de esta cuarentena, este tiempo tan incierto que parece funcionar por fuera del reloj, aparece Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro, ganador del Nobel de literatura en el 2017, nacido en Japón y criado en Reino Unido. Durante meses ocupó un lugar en mi lista infinita de posibles futuras lecturas, esperando en silencio a que, instintivamente, un día lo escogiera entre todas las demás opciones. Y eso hice. 

Es complicado escribir sobre Nunca me abandones sin entrar en el temido territorio de los spoilers, porque se trata de una novela que poco a poco va cambiando de piel, dejando atrás capas, a medida que revela sus temas y secretos más profundos. Es un híbrido que toma, por un lado, aspectos de un drama convencional, una historia de transición partiendo de la infancia hasta la adultez, y por otro, elementos de una ciencia ficción filosófica. Múltiples autores a lo largo de la historia han escrito obras que, de algún modo u otro, exploran la muerte; Ishiguro lo hace de una manera original, sutil e innovadora, que inclusive después del punto final deja al lector pensando, dando vueltas. 

* Spoilers a continuación *

A diferencia de nosotros y nuestros futuros inciertos, los personajes de esta novela crecen sabiendo que antes de llegar a la mediana edad, donarán sus órganos y morirán. Su propósito y su futuro ya han sido elegidos para ellos desde antes de que fueran creados: donarse, parte por parte, para que la civilización pueda seguir viviendo, mientras ellos se van apagando. Descubrimos que estos personajes son en realidad clones, utilizados por la ciencia para mejorar la calidad de vida humana. Se trata de afrontar la vida y, por ende, la muerte, reflexionando sobre la esencia de nuestro tiempo limitado en este planeta, sobre la naturaleza de lo efímero, de aquello que tarde o temprano terminará. La narradora es Kathy H., que en el presente está cumpliendo su rol como cuidadora; desde el primer capítulo, Kathy se la pasa mirando hacia atrás, a su pasado, tratando de recordar su infancia y su adolescencia, y yo creo que lo hace porque no existe para ella un futuro a contemplar, lo único que le queda es su pasado. Pronto dejará de ser cuidadora, procederá a donar y morirá, o como le dicen ellos, “completará”. Su razón de existir ya habrá sido completada.

Ishiguro tomó la particular decisión de contar una historia sobre lo que significa ser humano a través de los ojos de personajes aparentemente no humanos. Debido a que no tienen apellidos, ni padres, ni pasado más allá de su existencia biológica, se asume que no tienen almas, pero en más de una ocasión eso es puesto en duda por la narradora y hasta por el propio lector: ¿qué es un alma? ¿Qué significa tenerla o no tenerla? Cuando pensamos en que cada clon tiene una personalidad particular, la capacidad de crear, de sentir, de llorar, de amar, se vuelve difícil determinar si merecen el destino que les fue asignado. El vínculo que existe entre los protagonistas, esa amistad tan profunda y a la vez complicada, es para mí el alma de la novela. Si hay un alma, es justamente esa. Empatizamos con los clones porque solamente accedemos a este mundo a través de sus experiencias y su perspectiva. Si el narrador fuera uno de los científicos que participó de su creación o Miss Emily, la historia cambiaría totalmente y veríamos a los clones desde un punto de vista frío, con una lejanía mecánica. El autor demuestra con esto la importancia a la hora de elegir el narrador adecuado para la historia que se quiere contar.

Ishiguro no nos explica cómo funcionan las cosas desde el principio, sino que nos va dando pistas que parecen no tener sentido, pero luego van develando de a poco la historia de esta sociedad alternativa, de estos clones. Cuando llegamos a los últimos capítulos, podemos terminar de armar el enorme rompecabezas, lleno de pequeñísimas piezas, como los animales de Tommy: en un comienzo, de cerca, no parece tener mucho sentido, pero una vez que tenemos todas las partes y lo contemplamos a la distancia, forma una imagen cautivante, melancólica.

Finalmente, se llega a la conclusión de lo inevitable, de que el tiempo no frenará, de que el mundo seguirá girando, sin aplazamientos de tres o cuatro años. “Es una pena, Kath, porque nos hemos amado siempre. Pero al final no podemos quedarnos juntos”, dice Tommy, a modo de despedida. Cuando Kathy vuelve a pensar en esa canción que Ishiguro eligió como título, “Never Let Me Go”, se está aferrando a sus recuerdos, recuerdos de lugares y personas que ya no están, perdidos en el tiempo: Hailsham, Ruth, Tommy. Se aferrará a ellos hasta su último aliento, cuando ella también se convierta en un recuerdo, una figura perdida en algún rincón de Norfolk.

Imagen tomada de FILMGRAB. La adaptación cinematográfica no me pareció buena, pero visualmente es bella.

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