"Las cosas continuarán, hasta que un día todo acabará."



Supongo que la experiencia de ver Amour debe ser distinta para cada persona, dependiendo de los ojos que la estén viendo, ya que, en mi caso, fue una experiencia ligada a recuerdos y acontecimientos que ocurrieron en mi vida personal. La historia que el cineasta austriaco Michael Haneke cuenta en esta ocasión es la de Georges (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva), una pareja anciana de dos profesores de música jubilados que viven cómodamente en su departamento parisino. Pero la tranquilidad cotidiana de la pareja se ve repentinamente interrumpida a causa de los problemas de salud de Anne, que representarán un nuevo desafío para ambos, explorando el amor ante situaciones extremas, como la inminente agonía de la muerte.

Amour es humana pero sin ser sentimental ni melodramática, y logra provocar sin explotar ni humillar a sus personajes. Esta película no fue una experiencia catártica ni despertó en mi los mismos sentimientos que, por ejemplo, despertó Manchester by the Sea, lo cual es completamente lógico, ya que son dos películas tremendamente diferentes, pero aún así, Amour me hizo pensar en los últimos meses de vida de ciertos familiares y la vivencia totalmente personal, privada e inexplicable de no poder hacer nada más que observar a un ser humano desapareciendo de este planeta, acercándose a su muerte, a veces más lento y otras más rápido. Por lo tanto, no me hizo explotar del llanto ni tener ningún tipo de revelación, pero sí pude sentir una conexión con los temas abarcados por la película y comprenderlos, gracias al realismo y la sobriedad de Haneke.

El primer ataque que sufre Anne, en mi opinión, es el más dramático, porque, justamente, es el que interrumpe la cotidianidad de sus vidas, la rutina a la que están acostumbrados, como, por ejemplo, desayunar juntos, un momento de una profunda intimidad, claramente construida durante décadas. A medida que el estado de salud de Anne se agrava, las interacciones que solían unirlos se hacen más y más complicadas: primero es la silla de ruedas, luego la incontinencia, luego su dificultad para hablar, la pérdida de su lucidez... en fin, el deterioro de su estado físico y mental hasta que llegue a su final. Anne asegura querer morirse reiteradas veces, pero Georges no está dispuesto a dejarla morir y la asiste en sus necesidades sin titubear, aunque a lo largo del tiempo, sus elecciones o valores morales comienzan a verse divididos por el amor que siente por su esposa y lo doloroso que le resulta observarla sufrir, sabiendo que jamás mejorará y sólo está esperando a la muerte.





Haneke nos muestra como Annes y Georges se aislan cada vez más de la sociedad y del mundo exterior, viviendo como totales reclusos dentro de su hogar. Al comienzo de la película, la pareja asiste a un recital de uno de sus ex alumnos, Anne pasa un tiempo en el hospital, reciben visitas, Georges va a funeral y vemos escenas en las que los ayudan vecinos y enfermeras. Pero, a medida que nos acercamos al final, parecen estar más solos y, en un determinado momento, Georges ni siquiera desea que su hija Eva (Isabelle Huppert) vea a su madre, porque, según él, "no hay nada que mostrar". Mis abuelos, él ya fallecido y ella viviendo en otro sitio, tuvieron una actitud similar durante los últimos meses de vida de mi abuelo, ya que no deseaba recibir visitas de nadie, ni de familiares ni médicos ni nadie, mientras sufría la vejez y la enfermedad en su habitación, como si fuera la impenetrable Torre de Babel. De hecho, las escenas que capturan al departamento vacío me recuerdan a la ocasión en la que visité la casa donde vivían mis abuelos: las habitaciones estaban abandonadas, repletas de sus pertenencias. Mi abuelo ya no estaba, pero, sin embargo, todas sus cosas sí. Así es como se siente el hogar de Anne y Georges, con su piano, discos de música clásica y centenares de libros. En la última escena, cuando Eva visita el departamento desocupado y se sienta en uno de los sillones, es imposible no pensar que, en cualquier momento, podrían aparecer sus padres y sentarse junto a ella, pero ellos ya no están.

Haneke no nos explica con totalidad quienes son realmente Anne, Georges y Eva, pero nos deja ciertos detalles y pistas para que nosotros armemos una versión propia de sus pasados y sus presentes. En base a las escenas en las que Eva interactúa con sus padres, nos da la impresión de que siempre fueron una familia muy racional y sobria, sin exponer sus emociones ni mostrar sus sentimientos a flor de piel, es decir, me los imagino más sentados en silencio que discutiendo a los gritos. También se podría decir que nos llevamos esa impresión en base al modo en el que Georges maneja todo lo que sucede y cuida a Anne, con calma y sin generar drama, tal vez con la excepción de ese breve segundo en el que le pega una cachetada. Yo, personalmente, creo que una de las razones por las cuales Eva se angustia tanto al ver el estado en el que está su madre es debido a que se da cuenta de que ya no parece tener ninguna conexión con sus padres y que su relación se basa en charlar sobre viajes, conciertos, financias y tocar con superficialidad aquellos temas de mayor profundidad. Simplemente no hay nada para decir.





Haneke no crea ningún tipo de misterio alrededor de la muerte de Anne, de hecho, desde la primera escena ya sabemos que fallecerá y tenemos una idea de cómo. Soy consciente de que es un tópico complicado, pero es hipócrita negar que cuando un ser querido se enferma gravemente y sabemos que está muriéndose, sufriendo lentamente, a veces deseamos que se acabe, que su cuerpo se desintegre pacífica y silenciosamente. Una de las peores situaciones que presencié en mi vida fue tener que ver como la personalidad de un ser querido iba desapareciendo, apagada por la enfermedad, y como lo único que sentís cuando los abrazas son sus huesos.

Georges comete un asesinato y no hay duda al respecto, pero la muerte de Anne no es premeditada, sino un instante en el que, simplemente, él miró el rostro de su esposa, deformado por el sufrimiento, y no pudo soportarlo más. Ese acto de violencia en nombre del amor es la explosión de todos los sentimientos, miedos y dolor que Georges reprime durante la totalidad de la película, cuando intentaba convencer a Anne de querer vivir, amenazándola con los hospitales que tanto detestaba, intentando convencerse a sí mismo de que el esfuerzo por parte de ambos valía la pena. Cuando Eva le pregunta a su padre que planea hacer con Anne, quien empeora terriblemente, él le responde: "las cosas continuarán, hasta que un día todo acabará", la enfermera seguirá bañando a Anne y el doctor seguirá recetándole remedios, pero de todos modos, algún día su vida terminará.

Algunos creen que el castigo de Georges debería ser el de sobrevivir y habitar el departamento en soledad, sin su amor ni su cotidianidad. Pero yo me pregunto, ¿por qué debería existir un castigo?, si cuando de amor se habla, a veces los límites entre el bien y el mal se borran y no se distinguen. Pienso que Haneke, a pesar de ser reconocido por mostrar el lado más oscuro de la humanidad, en este caso nos ofrece un hermoso final, en el que Anne recibe a Georges en una especie de realidad paralela en la que ambos pueden disfrutar del amor y la intimidad que construyeron durante décadas.















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